Eran las cuatro de la tarde cuando Soraya abrió la puerta del local. En principio no acudió nadie y me di el lujo de colocar los pies descalzos sobre la mesa-escritorio frente a la que atendía mi madre.
Observé a mi amiga mientras ella encendía las velas y el sahumerio junto a mis tobillos. A continuación reacomodó las piedras energizantes en un pequeño aparador en el que también se hallaba un altar a San Rafael Arcángel. Para terminar, puso a funcionar la fuente de agua, que estaba sobre un enclenque pedestal corintio situado detrás del escritorio, casi a mi espalda.
—¿Dónde crees que estará mamá? —La pregunta se había convertido en un mantra y nos la habíamos hecho mutuamente al menos una docena de veces desde que llegué al barrio esa mañana.
Soraya se encogió de hombros. No había nada que no hubiéramos dicho ya. O sí, lo había, pensé con súbita inspiración.
—¿Estará…? ¿Crees que estará con… ya sabes… —agité la mano en el aire, un poco reacia a pronunciar su nombre en esa casa— con Malena?
El nombre de mi hermana menor me quemó como si me hubiera tragado una botella de lejía y tosí para liberar mi garganta. Era demasiado tarde: la lejía había abierto un hueco hasta mi estómago. Sabía a fuego y no era para menos: Malena desapareció de casa cuando cumplió los veinte años, dejando solo una estúpida nota con una serie de insultos incalificables.
Tras rastrearla en casa de su novio, nos enteramos de que ambos se habían marchado a los Estados Unidos. Ella jamás volvió a ponerse en contacto pero de vez en cuando, la madre de su chico nos contaba algún tonto detalle de la vida glamorosa que llevaban. Yo no la creía ni un instante.
Soraya resopló al escucharme.
—Sabes que cuando tu hermana se fue, tu madre rompió todas sus fotos.
—Aun así…
—Quemó su ropa.
—Mamá siempre fue drástica. Podría habérmela dejado… aunque probablemente no me habría entrado. De todos modos, eso no prueba nada.
—Tu madre ha borrado el nombre de Malena de la oración a San Rafael Arcángel. —Señaló el altar con la barbilla—. ¡Y, lo que es peor, también de la agenda en la puerta del refrigerador!
—Sí, pero…
—¡Ella no tiene idea de dónde está tu hermana! Y es la última persona del mundo a la que buscaría.
—¡Eso no lo sabes!
Soraya bajó la voz aunque estábamos solas.
—Sé que le hizo un pequeño trabajo de brujería. —Debió ver mi expresión de horror porque cambió el tono por otro más jovial en el acto—. ¡Bah, nada serio!, solo lo suficiente para que no ande por ahí, pavoneándose. ¡Y duró solo unas horas, lo deshizo casi al instante!
Metí la cabeza entre las manos. ¡Que los secuestradores se cuidaran de mi madre!
En ese momento sonó el timbre y Soraya hizo pasar a la recepción a la primera clienta: una mujer con la cara sembrada de verrugas.
—Es Susana, la madre de Lucas, el chico ese que intentó robar mi cartera esta mañana. —Mi amiga me informó en voz baja mientras yo ocultaba los pies bajo la mesa.
—Ah, ¿y qué quiere, una guía de educación básica para adolescentes? —susurré por respuesta.
—Quiere que le cures las verrugas por secreto.
—¡Qué asco! Yo no curo por secreto. —Puse los brazos en jarras y fruncí el entrecejo. La historia de ocupar el lugar de mi madre mientras averiguaba quién la había secuestrado iba de mal en peor.
—Es fácil…
—No curo por secreto y se acabó la historia. Hazla pasar antes de que me arrepienta y salga corriendo.
Soraya se encogió de hombros. Luego abrió la puerta e inició el ritual de correr las cortinas de la ventana para oscurecer el recinto mientras la clienta tomaba asiento.
—¿No está doña Marta? —fue lo primero que quiso saber.
Cerré los ojos en lugar de responder. Estaba entrando en trance… en el último trance. De hecho, estaba hiperventilando y creí que iba a estirar la pata en cualquier momento. ¿Qué hacía yo sentada allí, haciendo el ridículo? Juré que cuando mi madre terminara con sus secuestradores, ellos se las tendrían que ver conmigo.
—¿Te pasa algo? —insistió la clienta.
—¡Sh, silencio! —amonestó Soraya desde atrás—. La señorita Malala es una reconocida vidente y médium.
—¡Médium! ¡Justo lo que necesito, comunicarme con mi esposo!
Abrí los ojos de golpe.
—No tenemos una mesa de tres patas, olvídese de eso.
—¡Pero necesito preguntarle cómo se arregla el interruptor!
Volví a cerrar los ojos y suspiré.
—Estoy viendo aquí que su hijo podría realizar un curso de electricidad —dije en el mismo tono misterioso con el que Soraya me había hablado del «trabajito» sobre Malena.
—No, no, no, mi hijo va a ser ingeniero —murmuró la mujer pero su voz tembló con un ligero pavor.
—Eso también —la tranquilicé—, pero primero tiene que hacer un curso.
—¿Cómo lo sabe si no ha tirado las cartas?
En ese momento Soraya se aproximó con el mazo nuevo. Lo sacó del estuche, lo pasó brevemente sobre el sahumerio, murmuró unas palabras de bendición que incluían a la Virgen y terminó asentándolo junto a las manos de la clienta.
—Baraje y corte —invitó.
La mujer se irguió en la silla e hizo lo que le ordenaban con mano trémula.
—Todo esto es nuevo —dijo—. Yo en realidad venía por las verrugas.
—Deje las verrugas por ahora —repuse con severidad—, tiene asuntos más serios que tratar.
—¿Asuntos más serios?
—¡Ya lo creo! —Comencé a echar las cartas en forma de cruz—. Aquí a la izquierda está su situación actual, sus problemas.
—¿Qué dice? ¿Qué dice? —La visitante se inclinó tanto hacia adelante que sus senos quedaron aplastados sobre la mesa.
—Es el Loco, significa locura, irreflexión, tontería. Hay algo que está haciendo mal. Demasiada frivolidad.
—¡Yo no soy tonta! Ni lo otro que usted dijo.
—Se está ocupando de sus verrugas cuando debería estar preocupada por otras cosas.
—¿Qué cosas? ¿El interruptor de la electricidad?
—Yo diría más bien su hijo. Aquí veo un abandono absoluto.
—¡Es que Lucas ya es mayor y no hace caso! Si yo le digo…
Me volví hacia la segunda carta, situada a la derecha.
—Este es el mundo exterior. La Luna. Situaciones problemáticas, su hijo tiene dudas y angustias. Está desilusionado.
—¡No me dijo nada!
—¿Acaso no es adolescente?
—Será por eso.
—Tiene amistades falsas que lo llevan por mal camino.
—¡Usted sí que es una excelente adivina! ¡Dios mío, ni yo podría haberlo dicho mejor!
Suspiré por lo bajo. Con toda mi aparente seguridad, estaba sudando. Tenía miedo de mirar hacia el suelo y descubrir un charquito.
—Aquí arriba, el estado de ánimo.
—¿Y es…?
—La estrella invertida.
—¡Pobrecito!
—Significa esperanzas no realizadas, desencanto, incluso desequilibrio.
—¡Ay, mi Dios, y yo sin saber nada!
—Y finalmente el desenlace —señalé la última carta—. El juicio.
—¿No está invertida?
—No.
—¿Y eso es bueno?
—Es bueno. Es el presagio de un cambio absoluto de posición. Su hijo va a estudiar electricidad y va a abrir una empresa. Le irá muy bien y en unos años va a pagarle un tratamiento facial.
—¡Hijito querido, siempre pensando en su madre!
—Ahora usted tiene que apuntarlo en un curso y hacer que asista. Para eso, dígale que le comprará una consola a fin de año si lo logra.
—¿Una consola? ¿Y cómo voy a comprar una consola? ¡Acaba de romper una!
—A esa pregunta la resolveremos otro día —le aseguré y la clienta se puso de pie con una sonrisa en el rostro.
—Gracias, señorita médium, ¡gracias!
Caminó unos pasos hacia atrás, haciendo pequeñas reverencias, y finalmente desapareció tras la puerta.
—Eso no fue difícil —dije cuando estuve a solas con Soraya, a la par que me repantigaba. La ayudante negó con la cabeza.
—Será mejor que pienses un medio para conseguir la consola porque mañana va a volver con esa pregunta.
—Pero ¿es que acaso no cobramos?
—Sí, pero Susana es clienta habitual y tiene descuento.
Suspiré y estiré las piernas bajo la mesa. Me había quitado las sandalias hacía rato y moví un poco los dedos de los pies.
—¿Ahora qué, un descanso?
—Hay dos personas más esperando en la antesala.
Instantes después entró una mujer de unos cincuenta años, alta y elegante, el largo cuello cargado de collares que hacían juego con sus aretes y sus anillos.
—Necesito limpiar el aura de mi negocio —anunció, tras darme un beso en el aire y tomar asiento frente a mí.
—¿Y su negocio es…?
—¿Acaso no eres adivina?
Miré a aquella mujer con encono. ¿Qué se creía la gente? ¡Vaya desfachatez!
—Gloria Núñez Pedra, de Préstamos y Empeños Núñez —explicó la clienta de mala gana—. Últimamente tenemos demasiados incobrables. Hasta les enviamos… mensajeros, ¡pero se resisten a pagar! Ya no es como antes.
Miré a aquella señora con suspicacia.
—¿Ha probado bajando la tasa de interés? ¿Aumentando el plazo de pago? ¿Renegociando la deuda? ¿Qué me dice de las garantías colaterales? Y sobre todo, ¿cómo es eso de que envían «mensajeros»?
—¡Tu madre no hacía esa clase de preguntas! ¿Acaso eres contable?
Suspiré profundamente.
—Es verdad que hay un problema con su aura —repuse al cabo de un instante en el que intenté serenarme—. Con la suya, no con la de su negocio.
Tuve la satisfacción de notar que la mujer empalidecía visiblemente.
—¡Ah! —Titubeó—. Entonces, ¿ese es el problema?
—Necesitamos equilibrar sus chakras. Yo diría… déjeme ver… —Me aproximé todo lo que pude a través de la mesa para centrarme en sus ojos. Tenía unos ojos pequeños y usaba rímel. La miré fijamente como para hurgar en su alma pero todo lo que pude notar es que una pestaña estaba a punto de meterse en su cristalino—. Sí, yo diría que es el chakra del corazón. Mi ayudante —Señalé a Soraya— le venderá algunas piedras energizantes. Para tranquilizar y conectarse con la capacidad de amar, se usa malaquita, fluorita verde o multicolor, jade, aventurita y cuarzo rosado. Compre cualquiera.
Me puse de pie con una sonrisa tan amplia que después me costó cerrar la boca y, por alguna razón, a la clienta también le estaba costando cerrar la de ella.
—¿Cómo? ¿Es todo? —preguntó—. ¿No vas a hacer el ritual completo de corte y liberación de San Jorge? ¿O el de Abrecaminos Africano, con las velas de San Cipriano? ¡Al menos la depuración del negocio, digo yo!
—¡Oh, no es necesario! —Sentí que los colores me subían a la cara ante la mirada iracunda de la mujer—. Más bien coloque las piedras sobre su corazón por las noches y medite, medite mucho. Sobre todo, piense en sus deudores, piense en ayudarlos para que puedan pagar, piense…
—¿Está diciendo que haga beneficencia? ¿Es eso? —interrumpió la clienta, poniéndose de pie con brusquedad.
—Bueno, yo…
Soraya se me acercó en ese momento.
—¡La señorita Malala no quiso decir eso! ¡Claro que no! Si quiere, yo puedo ir a su local y hacer un ritual completo de limpieza a precio promocional.
La buena señora no pareció conmoverse con la oferta.
—Ya veo que no tienes ninguna clase de talento —insistió, mirándome—. ¡Se lo haré saber a Marta cuando la vea! ¡Qué desilusión para ella, contar con una hija así! Pero así es el destino, ¿no es cierto? La hija útil se fue del país y solo quedaste tú. ¡Qué desagradable!
Me costó deglutir. ¿Así que era amiga de mi madre? ¿Y si mamá llegaba a enterarse de que yo había hecho el ridículo una vez más? Me mordí el labio. ¿Por qué me resistía tanto a hacer esos condenados rituales?
—¿Quiere que le tire las cartas? ¡Es gratis! —sonreí.
Ella no se dignó en responder. Dio media vuelta y se dirigió hacia la salida.
—Por lo que veo, usted conoce bien a mi madre —hice un último intento de conversación—. ¿Tiene idea de dónde puede estar?
La clienta me miró enfurecida una vez más.
—No deberías andar por ahí, preguntando. Esto es grave. —Hizo un círculo amplio con el brazo hasta que se detuvo con el índice extendido hacia mí—. Tu madre sabía quién era quién y está visto que tú no lo sabes. No quiero asustarte, desde luego, pero ¿acaso tienes idea si el hombre que está afuera es un pobre diablo, un asesino o un narcotraficante?
Mis ojos salieron despedidos como pelotas de squash, rebotaron en la puerta que nos separaba de la recepción, pegaron en la ventana cerrada y regresaron a la cara de la amiga de mi madre, que me miraba con encono.
Sobresaltada, analicé la situación. Estaba allí para averiguar el paradero de mamá y no tenía sentido empezar a asustarme ante un delincuente hipotético. ¡Ya había visto una falange! Separada de la mano, claro está. ¿Qué podía ser peor que eso?
—Una advertencia que llega demasiado tarde —respondí con amargura—. Ya estoy aquí.
—No por mucho tiempo.
Con esas palabras, la clienta abrió la puerta y cerró tras de sí con un portazo.
* * * * *
Poco después Soraya hizo pasar a un hombre joven.
—Afuera te espera alguien. —Mi amiga me guiñó el ojo antes de irse, lo que me hizo saltar en la silla. ¿Conde había regresado? ¿Me esperaba en su coche? ¿Y yo, qué ropa me había puesto? Mi mirada pasó de las horrorosas prendas que me había dado Soraya al cliente que se había sentado enfrente y le gruñí.
—¿Cuál es su consulta? —quise saber, impaciente.
—¿Sabes quién es la mujer que acaba de salir? —preguntó el hombre con una sonrisa ladeada.
—¿Se refiere a mi ayudante?
—¡No esa! La otra, tu última clienta.
Lo miré con suspicacia. Por alguna razón, él quería que yo mostrara ignorancia, quería sorprenderme.
—¿Una amiga de mi madre? —aventuré y me reí como si hubiera hecho una gracia.
El hombre me acompañó con una carcajada. O había acertado o estaba tan lejos de la verdad como Henry Cavill lo está de mi cama. Parpadeé, ¿me estaba ridiculizando? Para no errarle, me limité a mirarlo con una medio sonrisa que se me antojó enigmática.
Mientras tanto, me dediqué a analizarle. La risa había sido franca y la sonrisa, simpática. Decidí que me caía bien y en seguida me di cuenta por qué: se parecía a Han Solo, el papel de Harrison Ford en La Guerra de las Galaxias.
Cuando el hombre se secó las lágrimas que caían de sus ojos, se repantigó en la silla y se abrió la chaqueta de cuero con la comodidad de quien se encuentra en su casa.
—No acabo de comprender que haces aquí —comentó y sus ojos fríos me observaron con curiosidad. De pronto, comprendí que la simpatía había quedado atrás.
Me incliné un poco hacia adelante y apoyé los codos en la mesa. ¡No iba a dejarme amilanar por cada cliente que se sentara enfrente de mí, debía encontrar a mi madre!
—Soy la sucesora de la adivina y el asunto no es qué hago aquí. El asunto es qué hace usted aquí.
Se hizo un silencio incómodo durante el cual ni el hombre ni yo parpadeamos, engarzados en una de esas contiendas para ver quién dura más sin pestañear. Por fortuna, es una de las pocas competencias en las que ganaba cuando era niña, así que me puse cómoda, apoyé mi sien izquierda sobre una mano mientras que con la otra tamborileaba sobre el escritorio, impaciente.
—¿Y bien? —lo apuré sin apartar los ojos.
De pronto, algo cambió en el ambiente, el hombre cedió y volvió a sonreír, lo que me permitió relajarme.
—Vine por el golpe.
—¿El golpe? —Di un salto mental. ¿Se habría golpeado ese hombre? ¿Habría golpeado a alguien? ¿Se suponía que yo debía saberlo?
—Lo que necesito son seis fierros de los grandes. Me hablaron de un ferretero que recibe contenedores y tiene todo tipo de cotillón. ¿Puedes darme el dato?
Parpadeé cuatro, cinco veces. ¿Un ferretero? ¿Ese sujeto creía que yo era el listín telefónico? ¿Se suponía que tenía que adivinar la dirección? ¡Hay gente que pide locuras a los adivinos, como si fueran Reyes Magos o Santa Claus!
Pero la última clienta se había ido enojada y no quería vivir otro fracaso.
—Deme sus datos —respondí, diligente—. En cuanto tenga el contacto de un ferretero, lo llamaré.
Tomé lápiz y papel y anoté el número de móvil que Han Solo me dictaba. Quedé a la espera de un nombre, el sujeto pareció dudar entre darlo o no y finalmente me dictó:
—José Chimpu. Eres buena, te irá bien en esto —dijo el tipo al ponerse de pie y no pude menos que estar de acuerdo con él. Sonreí y le tendí la mano pero entonces ocurrió algo extraño: el hombre escupió en la suya y entonces tomó la mía con afabilidad. Con tanta afabilidad que no pude dejar de notar que la silueta de un arma se le perfilaba en el sobaco.
Antes de que pudiera recuperarme del asco y la impresión, la puerta se abrió desde fuera con un seco golpe.
—¡Aquí estás, amor mío! —exclamó Montorvo al entrar y antes de que yo pudiera asimilar esa nueva sorpresa, fue derecho hasta mí, tuve una fugaz visión de sus caderas (qué bien se mueve) y de pronto me encontré en sus brazos, rodeada, apretada contra su torso, casi empaquetada. Por un segundo me perdí en el brillo de su mirada azul. Quemaba, miraba como si… como si… no pude completar el pensamiento. Sus labios se pegaron a los míos y el mundo llegó a su fin.
* * * * *
Realmente llegó a su fin porque le pegué tal bofetada que su mejilla tomó un tinte rojizo. Han Solo (Chimpu) se echó a reír pero aun así, Montorvo no me soltó. Forcejeé todo lo que pude, pero no había caso, los brazos de ese tipo estaban hechos de granito.
Acabé por darle un pisotón en el pie y entonces sí, me liberó tan de repente, que tambaleé. Di un paso atrás para estabilizarme y terminé chocando con la fuente de agua situada a mi espalda, de modo que el maldito pedestal corintio se balanceó peligrosamente. Cuando ya creí que me electrocutaba, o peor, que quebraba el feng shui de la habitación para siempre, el poli volvió a sujetarme con un brazo mientras que con el otro retenía la fuente.
Han Solo volvió a reírse, esta vez más fuerte. Pude ver por el rabillo del ojo que se estaba secando los ojos con el dorso de una mano.
—¡Pero miren a quién tenemos aquí! —comentó, poniéndose serio de repente—. ¡Así que mi viejo amigo, el comisario! No sabía que estabas con este —murmuró, dirigiéndose a mí—. O que él estuviera contigo, para hablar con precisión. Bien, mejor así. —Pareció que deseaba hacer alguna pregunta o comentario pero debió de pensárselo dos veces, porque se limitó a caminar hacia la puerta y se marchó.
Aproveché la partida del sujeto para deshacerme del policía. Aturdida, di un paso atrás para apoyar mis manos sobre la mesa-escritorio con tanta mala suerte que me quemé el codo con el sahumerio que Soraya había encendido.
—¡Joder!
—¿Te has hecho daño? —Montorvo volvió a acercárseme y pegué un salto de un metro hacia el costado.
—¡Estoy bien, estoy bien! —grité, sin poder evitarlo. ¿Qué le pasaba al poli? Tenía el ceño fruncido y los ojos en llamas. Lo contemplé un instante, ¿se había vuelto loco? «¡Amor mío!», había dicho. ¡«Amor mío» en verdad! ¿Y ese beso? ¡Nadie besa con los labios apretados y un músculo palpitando de rabia en la mejilla!
En las novelas eso no sucede así. En las novelas, él me habría inclinado apasionadamente sobre el escritorio, se habría situado entre mis piernas. Con una mano me habría sostenido la nuca y con la otra… ¿qué bragas tenía puestas? Me acordé del vestido-triángulo y volví al presente.
—¿Qué crees que hacías? —pregunté con los brazos en jarras.
Él arqueó ambas cejas.
—¿Sabes quién es ese tipo?
—¡Un cliente!
Noté que Montorvo me miraba con suspicacia y me enfurecí.
—¿Qué? ¿Vas a dar la lata otra vez con eso de la estafa?
—¡No! —murmuró—. La especialidad de ese no es precisamente la estafa. Lo que aún no sé —y tenía un brillo pícaro en los ojos que me hizo estrilar de rabia— es cuál es TU especialidad.
Enrojecí violentamente. El poli había dado en el clavo sin conocerme: yo no tenía ninguna especialidad.
—¿¡Y qué diablos te importa!? —grité a viva voz en su cara, tras aproximarme a él con paso amenazador mientras lo amenazaba con el índice—. ¡Cerdo! ¡Descarado! ¡Ese beso…! —Se me torció hasta la boca de pura amargura.
De pronto me sentí estúpida, parada tan cerca de él, y se me fue la rabia. Había sufrido demasiada tensión. Aspiré profundamente, intentando calmarme, pero en lugar de una ansiada sensación de paz me invadió el olor a colonia de Francisco, o a gel de ducha, quién sabe. Un olor limpio y refrescante. Mis ojos se quedaron prendados de su cuello, del hueco que se formaba en su garganta, de la piel dorada y más abajo, de los rizos oscuros que asomaban. Parpadeé y bajé la vista, deseando que me abrazara. ¡Bah! Reacción post-traumática, que le dicen. Me entró un temblor gelatinoso en todo el cuerpo.
Pero Montorvo se limitó a sonreír, aparentemente inmune tanto a mi actitud desafiante como a la flojera de piernas que me dominó después. Se inclinó sobre mí sin tocarme hasta respirar sobre mi oreja.
—¿Quieres uno de verdad? —susurró.
Lo miré con la boca abierta. Se reía. El maldito se reía. Cerré la boca. Volví a abrirla. No sabía qué contestarle y cuando se me ocurrió, ya era tarde.
—Traía un arma, lo vi. ¿Te amenazó? —insistió el poli.
Negué con la cabeza. ¿Así que había intentado protegerme? Me conmoví en un instante. Pero antes de que pudiera analizar la sensación cálida que se expandió en mi pecho ante la idea, un grupo de adolescentes asomó por la puerta. Eran al menos veinte.
—Queremos esos filtros —dijo Lucas por todos.
Soraya los hizo pasar y luego se retiró para buscar las botellitas. Entretanto, invité a los chicos a sentarse mientras echaba miradas asesinas al poli de cuando en cuando.
Los muchachos se acomodaron como pudieron, entre las sillas y el suelo.
—¿No tienes que irte? —Le pregunté a Montorvo, que se había ubicado en una esquina y me miraba con los brazos cruzados y los ojos sonrientes. Negó con la cabeza.
Me encogí de hombros antes de volverme hacia los adolescentes.
—Lo que hay que saber sobre esto… —comencé con voz vacilante.
—¡Lo sabía! —interrumpió el Desdentado—. No dan resultado.
—¡Espera! —lo amonestó Lucas.
—Lo que hay que saber es que la chica no debe enterarse de que está tomando un filtro —continué rápidamente—. ¡Y nada de mezclarlo con alcohol o drogas!
Los muchachos murmuraron pero ninguno se atrevió a decir una palabra en voz alta. Eché otra mirada rencorosa al poli antes de tomar aliento.
—¡Y algo más! —dije, empleando el mejor tono de película de misterio. Sabía que me estaba metiendo en problemas pero una vez embarcada, me era imposible dejarlo—. No es cuestión de lanzarse sobre la chica, así sin más.
—¿No? —preguntó un par.
—No. Hace falta… preparar el terreno. —Me enfrenté a miradas cargadas de estupor, incluida la del poli—. ¿Supongo que ninguno leyó Los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus? —Otro silencio—. Voy a hacerlo fácil. El chico se encuentra con la chica, le dirige una mirada romántica. —Hice una demostración con el muchacho más cercano, incluyendo un aleteo de pestañas—. Otra. Así. Le dice que es hermosa, clava los ojos en su boca, ¡no en las tetas! Le dice que se muere por besarla. Esta parte es importante. Tiene que mostrar amor, tiene que… —Me interrumpí al notar la mirada perturbada de todos los asistentes. De todos menos del poli, él se estaba riendo silenciosamente pero con ganas.
De pronto, sentí que tenía las orejas hirviendo.
—¿No se supone que el filtro las pone calientes sin que tengamos que esforzarnos? —se quejó el Desdentado.
—¡Sabía que no daría resultado! —añadió otro.
—Eh… —titubeé. Mi mirada se cruzó con la del comisario. No podía mentir. No podía convertirme en la embaucadora que él creía que era. Tampoco podía decir que no tenía fe en esas cosas, cuando mi madre y Soraya tenían tanta. Me mordí el labio.
Montorvo no se movió. Siguió recostado tranquilamente contra la pared, los brazos velludos cruzados sobre el pecho. No iba a ayudarme. Se reía de mí, estaba claro. Lo supe y lo odié con toda el alma. Pero cuando tomé aliento para defenderme, la voz fuerte y clara de él me interrumpió.
—¡Claro que da resultado!
Los jóvenes se dieron vuelta hacia él con los ojos desorbitados.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Lucas.
—Yo mismo lo probé.
—¿¡Qué!?
—¿¡Cómo!?
—¿¡Con quién!? —Esto último se me escapó a mí.
—Desde que me lo dieron, no he dejado de estar caliente por una mujer —aclaró sin apartar sus ojos de los míos. Tragué saliva. Vaya que era buen actor el poli. Por un segundo me habían temblado las piernas, imaginando que yo era esa mujer.
—¡Aquí están, uno para cada uno! —exclamó Soraya en ese instante.
Los muchachos se levantaron de un salto, tomaron las botellitas que contenían un misterioso líquido dorado, y se fueron sin dar las gracias.
—No les dijimos cuántas gotas deben poner en el vaso —se lamentó mi amiga.
—¿Acaso importa?
Suspiré mientras cerraba la puerta del local con llave. El suspiro se convirtió en un lamento al echar una mirada anhelante hacia la cocina. Me moría de hambre.
—Creo que tendré que quedarme aquí esta noche. Es demasiado tarde para volver a casa —dije, bostezando—. ¿Qué hay de cenar?
Un carraspeo a mi espalda me hizo darme vuelta. Me había olvidado de Montorvo.
—¿Te quedas? —le preguntó Soraya antes de que yo pudiera detenerla y así nos encontramos cenando los tres una fuente de espaguetis con salsa roja, queso y crema.
Suspiré al finalizar y antes de que hubiera tenido tiempo de quitarme las sandalias bajo la mesa, el poli empezó a recoger. Soraya se quejó entonces de dolor de cabeza y se retiró a su cuarto. Me quedé mirándola con envidia. Después mi mirada se trasladó al poli y lo descubrí observándome, los ojos entornados con una expresión inescrutable.
—¿¡Qué!?
—Tenemos que hablar —susurró y di un salto. ¡No «amor mío» otra vez, por favor! ¿Ese hombre no se cansaba de jugar conmigo?
Pero en sus ojos había seriedad y cuando me condujo a la sala y se sentó a mi lado, supe que se trataba de algo relacionado con mi madre.
—¿Alguna novedad? —susurré.
—No de tu madre. No está ni en los hospitales, ni en la cárcel ni en la morgue.
—Los Topos…
Sus ojos se achicaron al mirarme y tragué saliva. No debería haberle mencionado a su banda, se suponía que yo no sabía que le pagaban, había metido la pata.
—¿Qué sabes de ellos? —preguntó con lentitud.
—¡Oh, nada, nada! —Tomé aliento—. Entonces, ¿qué has venido a contarme?
—Hemos encontrado el cuerpo de Pedro Sánchez.
—¿Quién?
—Chorizo Colorado —aclaró el poli—. El hombre sobre el que tu madre debía hacer mal de ojo a petición de una clienta.
Las frías patitas del miedo caminaron por mi espalda. Era una sensación extraña, como cuando un espíritu te atraviesa. Según dicen.
—No creo que mamá le haya hecho el mal de ojo a nadie. Solo hace magia blanca, ya sabes, lo dice el cartel de la puerta.
—No estoy diciendo lo contrario. Todo lo que sabemos es que Sánchez apareció muerto de un disparo en la frente. Hemos situado la hora de la muerte en setenta y dos horas antes de que apareciera.
—Eso quiere decir…
—Lo mataron el día en que desapareció tu madre.
—Eh… ¿ya habéis detenido a su mujer?
El poli me miró intensamente.
—No tenía mujer. Sánchez era gay.
Me concentré en analizar una mancha en el suelo que no había detectado antes.
—Tú has mencionado a los Topos… —prosiguió el comisario.
—¿Qué?
—¿Sabías ya que Pedro Sánchez, o Chorizo Colorado, como gustes, era miembro de los Topos?
—¡Dijiste que era un sujeto sin importancia que vendía crack!
El comisario asintió.
—Era un miembro de los Topos que operaba en esta parte de la ciudad. Un eslabón sin importancia, es verdad.
El poli se echó hacia atrás en el sillón, cruzó los brazos y entrecerró los ojos. Hizo una pausa que se me antojó eterna y me puso nerviosa como si yo fuera la culpable.
—Hay algo más —susurró y su voz sonó amenazante y letal—. Antes de morir le amputaron una falange que resultó ser la que te enviaron a ti.
Sentí que me ponía verde y agaché la cabeza, temiendo que sucediera lo peor. No, no pensé en que mi madre podría ir a prisión por asesinato. En ese momento lo único que temí fue vomitar enfrente de Montorvo.
—Respira hondo —susurró él, aproximándose a mí en el sillón. Fui consciente de su muslo junto al mío, ¡qué largo resultaba y qué caliente!, pegado a mí parecía una hoguera. Respiré hondo porque había dejado de entrarme aire—. Así, así —repitió él al creer que obedecía—. ¿Mejor?
Asentí, trémula.
—Gracias —logré articular.
Él me apretó una mano pero en seguida la soltó y se puso de pie.
—Volveré mañana —prometió antes de irse y yo me quedé sola en la sala, preguntándome si eso me tranquilizaba o todo lo contrario.
* * * * * *
A la mañana siguiente, mientras tomaba un té y compartía unos bizcochos con Soraya, sonó el timbre de calle.
—¡Que no se diga que la familia no se une cuando es necesario! —llegó el grito de Valeria en cuanto abrieron la puerta. Por detrás, la tía Hermilda traía una fuente enorme.
—Pensamos que con tantas preocupaciones, tal vez no tenías tiempo de cocinar.
Olí la lasaña recién hecha y cambié la cara de arpía con la que siempre recibo a mi prima por otra más amable. Soraya recibió la fuente y luego todas nos acomodamos en la sala.
—Estás fatal en esta foto, prima —fue lo primero que dijo Valeria tras echar una ojeada por la habitación y detenerse en el único portarretratos. Se puso de pie de un salto y se acercó a la repisa, riendo bajito. No era la primera vez que lo hacía y como siempre, sofrené mi rabia al ver que mi prima estaba estupenda. Cuerpo de modelo, altura de uno setenta y tres, cincuenta y tres kilos. Jean blanco, blusa roja y chic, sandalias de plataforma. Valeria se dio vuelta hacia mí y la picardía brilló en sus ojos negros y en su boca, tan roja como sus uñas.
—¿Ya tienes novio? —quiso saber.
—¿Y tú?
—Ayer le corté el rollo. Estoy a la caza de nuevo.
—En una de esas puedes salir con tu prima —sugirió la tía Hermilda con una sonrisa.
Gruñí al tiempo que Valeria disimulaba su risa tras un acceso de tos.
—Ahora cuenta qué está pasando —me instó la tía tras levantarse para dar unos golpecitos en la espalda de su hija.
Soraya las puso al corriente de lo sucedido.
—Entonces, ¿se supone que tu madre hizo mal de ojo sobre un vendedor de los Topos que ahora está muerto? ¿Eso es todo? —resumió la tía.
Me encogí de hombros.
—Piensan que por eso ella desapareció después.
—¿La policía cree que ella mató a ese tío? —quiso saber Soraya.
—Tal vez. O tal vez creen que fue amenazada por esos Topos y se esconde —respondí.
—Quizá Marta se fue de viaje, todo el mundo sabe cuánto le gusta viajar —repuso la tía.
—¡Pero no nos dejó ningún mensaje! —exclamé—. ¡Ella no haría algo así!
—Alguna vez lo hizo —contestó Hermilda—. Yo que tú, no me preocuparía. Además, es una tontería suponer que lo de la falange tiene algo que ver con tu madre. ¡Quizá sean dos cosas inconexas!
—¡Pero, tía, la falange llegó a mi nombre! ¿Por qué otro asunto podría ser? Además, pertenecía al mismo Chorizo Colorado que apareció muerto después.
—Bueno, visto así… —suspiró—. Pero, ¿qué estás haciendo aquí? ¿No deberías volver a la ciudad?
—Voy a quedarme y a hacerme cargo del negocio.
La tía me miró con incredulidad.
—No estarás hablando en serio, ¿verdad?
Eso dolió. Mamá sabía que yo era un desastre. Yo misma sabía que era un desastre, pero ¡que se hubiera dado cuenta todo el mundo! Era demasiado.
—Es el mejor camino para averiguar dónde está mamá, no me fío de que la policía vaya a hacer algo —repuse en tono neutral.
—Claro, quizá los narcos vuelvan. Todo el mundo sabe que consultan a los adivinos antes de cada operación —terció Valeria y tuve que estar de acuerdo con ella, lo que por cierto, ya era desconcertante.
—Consultan al adivino y al fraile —apuntó Soraya—, son creyentes y siempre piden la bendición. Lo vi en una serie.
—Quizá vuelvan hoy mismo —insistió Valeria, entusiasmada—. ¿Serán guapos? ¿Qué tal me sienta este pantalón?
La tía se rio y al hacerlo, pareció tener varios años menos que los cincuenta y pico que portaba.
—¡No, no! ¿¡Qué narcos!? ¡Debe ser un error! Lo importante es que Malala vuelva a la ciudad. ¡No tiene nada que hacer aquí!
—Creo que tu tía tiene razón —dijo Soraya de repente—. No había pensado en el riesgo. ¿Y si los narcos le encargan otros «trabajos» a Malala? Dado que ahora doña Marta no está para hacerlos… —aventuró.
—¡Claro! —acordó Valeria—. Ellos no tienen idea de que Malala es una inútil. Los narcos van a venir. Bien, en ese caso me quedo.
Se hizo un silencio pesado y noté que Soraya me estaba mirando con intención.
—¿Qué? —quise saber.
—Tu prima se queda —dijo Soraya entre dientes.
Como un huracán, como un Chucky endemoniado me volví en dirección a Valeria.
—Ah, no, no. A ti no te dejaron ningún dedo, que yo sepa.
—Hum…, cierto. Los estuches de joyas que recibo contienen joyas. Joyas, no bisutería, y desde luego, nunca dedos.
—Lo que sea. Yo estoy a cargo del negocio y lo abriré solo para recoger información que nos conduzca a mamá.
—Sabes que eres un imán para el desastre y no tienes ni un solo poder.
—Me las arreglaré —repuse de mala gana, sintiendo que enrojecía por cuarta o quinta vez ese día.
—No veo a nadie haciendo fila en la puerta.
—Eso es porque abrimos a las cuatro.
Valeria se rio.
—Me quedaré hasta las cuatro para verte. De hecho, me quedaré en un rincón para supervisar cómo echas las cartas y haces un hechizo de amor.
Empecé a transpirar y mi prima debió notarlo porque sonrió.
—Vas a fundir a tu madre en menos de cuarenta y ocho horas. En tu lugar yo buscaría: a) recuperarla, y b) mantenerle el negocio mientras tanto. Pondría todo mi esfuerzo en eso. Y sucede que tu mejor esfuerzo soy yo. Pero ahí tienes, quizá no quieres tanto a tu madre como para hacerlo.
Valeria se cruzó de brazos y esperó. Al observarla, me perdí en un cálculo trigonométrico. Estaba sacando la cuenta de que si tomaba impulso en el sillón, por ejemplo apoyando un talón en el respaldo, podía dar un salto que me llevara directamente hasta el cuello de mi prima. Una vez ahí solo me quedaría apretar. Sentí que mis dedos se estaban entrenando, casi podía sentirme Jackie Chan, pero mi mirada se cruzó con la de Soraya y me contuve.
Había una actitud tibetana en esa cara redonda y curtida. ¿Desde cuándo?, quise preguntar en silencio, ¿desde cuándo Soraya contenía las ganas de hacer una barrida? No recibí respuesta a su pregunta y me vi obligada a claudicar.
—¡Está bien! —anuncié de mala gana—. Puedes ayudarme, pero yo seré la jefa.
Le estaba hablando al aire. Valeria se había puesto de pie de un salto y ya se dirigía al saloncito de mi madre.
—¡Mazo nuevo! ¿Hiciste bendecir las cartas? —preguntó con devoción.
—No hubo tiempo —respondió Soraya con un gruñido.
—¡Mal hecho! —la amonestó mi prima—. ¡Dame! Me ocuparé de eso. Estaré de vuelta antes de las cuatro.
Nos despedimos con besos al aire y cuando cerramos la puerta, me apoyé contra ella con todo mi peso. No podía más. Quería volver a mi piso en el centro de la ciudad. Quería volver a mi trabajo. No, no en realidad. Lo que quería era meterme en mi cama con una caja de bombones de limón y chocolate y mirar bobadas en la tele hasta que se me formaran legañas o me quedara sin oxígeno en el cerebro, lo que sucediera primero.
Suspiré mientras visualizaba la cara arrugada de mi madre. ¡Tenía que aguantar por ella! De ahí mi mente pasó a la tía Hermilda, Valeria, Lucas, el Desdentado y el resto de los adolescentes; a Gloria Núñez, la prestamista antipática; a Han Solo, que buscaba un ferretero. No sé cómo salté a Montorvo y logré recargar energía con un ataque de furia. ¡Yo metida en tantos problemas y el poli no hacía más que burlarse!
Él era el culpable de mi estado. Él tenía todas las respuestas. Podía decirme si los Topos tenían a mi madre o si la habían amenazado y obligado a esconderse por ahí. Pero, ¡por supuesto, él no me lo iba a decir!
—¿Cómo puede empeorar esto? —Se me escapó el suspiro. En ese momento sonó mi móvil, fui corriendo a sacarlo del bolso y apreté la tecla con rabia—. ¡Dígame! —troné.
—¿María?
El corazón se me encogió al escuchar la voz. Enrojeciendo, me alejé de Soraya para atender la llamada en la sala.
—¡Hola! —volví a decir con voz amable.
—María, soy Conde.
—Ya lo sé —lo interrumpí—. Quiero decir, eres el único que me llama así. A mí me gusta que me digan Malala…
—María, te escucho mal. ¿Tienes alguna novedad?
—Mataron a ese señor que… el del chorizo.
—Montorvo me lo dijo. Por eso te llamo, estuve charlando con mi socio, ya sabes, Egarteche. Él es un apasionado del tema de las bandas. —Asentí, no había nadie que supiera más sobre la organización criminal que el otro socio del estudio—. En esa zona hay una disputa de poder entre dos grupos: los Topos y los Pocos —siguió diciendo Conde.
—Y los Topos quieren comerse a unos Pocos, ¿eh?
Escuché que el abogado se reía y eso me entibió las entrañas.
—Efectivamente, has acertado, algo así. Los Topos son la banda más poderosa de la ciudad, no solo reparten la droga en casi todos los barrios sino que están tratando de asociarse con una de las grandes mafias internacionales que llevan la droga al centro y norte de Europa.
—Chorizo Colorado era Topo.
—Sí. Y el barrio de tu madre, María, está en manos de los Pocos, desde la estación de trenes hasta el límite que lo separa de la villa de casas precarias que está más allá.
—¡Ajá! ¿Y la villa a quién pertenece?
Conde se encogió de hombros.
—La villa ha sido siempre independiente. Tiene su propia banda, su líder, otros códigos… Hasta ahora han sido ladrones, no traficantes.
Eso no me tranquilizaba demasiado. Decidí revisar doblemente las cerraduras por la noche: la villa estaba a pocas manzanas de distancia.
—Aunque eso podría cambiar —continuó el abogado—. La villa podría convertirse en el tercer vértice del triángulo de poder entre las bandas. Los Topos, los Pocos y la villa, que tomará partida por uno de esos dos grupos tarde o temprano, si no lo ha hecho ya.
—Me mareo —respondí, agitando la cabeza, era demasiada información para mí—. Chorizo Colorado era Topo. En este barrio están los Pocos.
—Chorizo Colorado tenía que conquistar el barrio de tu madre para sus jefes.
—¡Oh!
—Desplazar a los Pocos o aniquilarlos.
—Eh…
—Pero alguien encargó a tu madre que le hiciera brujería.
—No está confirmado que mi madre aceptara. ¡Mi madre es inocente!
—Ya. Bueno, voy a seguir investigando y te llamo en cuanto tenga novedades. Cuídate.
—¿Nicolás? —hice una pausa, titubeando—. No sé por qué me estás ayudando, pero gracias.
Del otro lado el silencio se extendió por tanto tiempo, que llegué a dudar de que él me siguiera escuchando.
—Podría decirte que lo hago porque soy tu jefe y también porque quiero ser tu amigo. Pero en ambos casos estaría mintiendo, ¿no es así? —Conde me respondió con voz seductora.
Fue mi turno de quedarme en silencio mientras mi corazón pegaba un salto para ponerse a zapatear sobre mis tripas. No sabía qué esperaba como respuesta pero sin duda no era eso.
—Ambos sabemos cuál es el interés que tengo en este asunto —prosiguió e hizo una pausa durante la cual me eché a temblar. Iba a pasar, iba a pasar, iba a decirme algo, iba a pedirme que tuviéramos una cita, iba a… Manoteé excitada, el móvil se me escapó de las manos y fue a dar al suelo con un seco ruido. Nerviosa, lo pateé, tuve que rastrearlo a cuatro patas y me di un buen tortazo en la cabeza con la base de la silla mientras rezaba para que siguiera funcionando.
Por lo visto todavía lo hacía, y pude escuchar la voz del abogado mientras llevaba el aparato hasta mi oído, pero cualquier cosa que dijera, la concluyó en ese instante.
—¿Eh? —pregunté, trastornada—. ¿Qué has dicho?
Él se echó a reír.
—No voy a rogar. Avísame cuando estés lista.
Cortó y yo no supe si reír o llorar o estrellar el maldito móvil contra la pared. ¿Lista para salir con él? ¿Lista para volver al trabajo? ¿O lista —tragué saliva— para meterme en el sucio asunto de las bandas?
* * * * *
A las once y media de la mañana de ese día Soraya y yo dimos cuenta de la lasaña y a las cuatro de la tarde estábamos tan aburridas que ambas nos abalanzamos a abrir la puerta de entrada al local. No había nadie. Suspiré, al menos no estaba Valeria para ver mi fracaso... o mi nuevo atuendo floreado de blusa y falda verde manzana, que hacía juego con el de mi amiga.
En ese momento un todoterreno se detuvo ante el negocio y mi prima bajó con un conjunto parecido al que había usado esa mañana pero en amarillo y violeta.
—Mi aura va mejor con estos colores —comentó al ver que yo la repasaba de la cabeza a los pies—. Claro que también combinan con el regalo que recibí en mi último cumpleaños. —Palmeó la camioneta amarilla con gesto de superioridad—. ¿Y los clientes? —No recibió respuesta—. ¿Qué, un día te sobró para alejarlos?
Las tres entramos juntas a la casa. Soraya se quedó en la antesala, Valeria se acomodó en el cuartito donde se atendía y yo fui a encender la tele y a repantigarme en la cama de plaza y media de mi madre. Debí quedarme dormida porque al abrir los ojos me di con que la habitación estaba ya en penumbras.
La tele estaba apagada y un murmullo llegaba desde afuera, pero eso no fue lo que me inquietó. Lo que verdaderamente me asustó fue la mano sobre mi hombro, zamarreándome, y la respiración pesada cerca de mi cara: un aliento rancio.
—¿Soraya? —pregunté insegura, tras girar la cabeza para buscar un poco de aire.
—¡Ey, qué manera de dormir! —dijo una voz que habría sido varonil si no hubiera estado cortada por un gallo.
Aquello terminó de espabilarme. Manoteé la mesita de luz con tanta torpeza que terminé tirando la lamparita al suelo. Maldije y me levanté de golpe. Pero en ese mismo instante el tipo, que se había agachado para recoger la lámpara, decidió enderezarse. Chocamos las cabezas y los dos nos apartamos, llevándonos una mano a la frente.
—¡Joder! —dijo el muchacho.
—¡Te cruzaste! —Estiré la mano y encendí la llave de la luz. La cabeza me dolía horrores, el intruso debía tener titanio en lugar de cerebro. Parpadeé y en eso reconocí a Media Nariz—. ¡Lucas! ¿Qué haces aquí? ¿No ves que es mi cuarto?
—Me mandaron a hablar contigo y como no te vi delante, decidí entrar. ¡Espera, no te ofendas, que ya te vi dormir muchas veces antes!
—¡No mientas!
—¡En serio! ¿No te acuerdas cuando mis viejos te pagaban para cuidarme?
—¡No dormía!
—¿Qué no? Una vez te metí un moco en la boca.
—¡Qué asco! ¡Sal de aquí! ¡Fuera, mocoso depravado!
—¡Eh! ¿Cómo te enteraste de que también espiaba bajo tu falda? ¿Te lo dijo alguien?
—¡Fueraaaa! —retrocedí para buscar la almohada y empecé a aporrear al chico en la cabeza mientras él se cubría con los brazos—. ¡Podías haber llamado! ¡Podías haber encendido la luz! ¿Acaso no ves que allá está el interruptor, junto a la puerta?
—No funciona.
Efectivamente, noté que el interruptor estaba hundido, como si lo hubiera presionado un fisicoculturista y no un adolescente flacucho.
—¡Acabas de romperla! —seguí aporreándolo con ganas.
—¡Cálmate, todavía no te di el mensaje!
—¿Qué men—sa—je? —pregunté, acentuando cada sílaba con un golpe de almohada.
—Mañana a las nueve tienes que estar lista.
—¿Lista para qué?
—Van a pasar a buscarte. No me preguntes más. ¡Ah, lleva las cartas! —Lucas abrió la puerta de un tirón.
—¡Ey! ¿De quién es el mensaje? —le grité al ver que se marchaba a toda prisa.
El muchacho se dio vuelta hacia mí, hizo la seña de que cerraba su boca con una cremallera y tiraba la llave.
—No preguntes —susurró—. Yo solo entrego mensajes.
—¡Espera!
Lucas negó con la cabeza antes de desaparecer rumbo a la calle.
Todavía sobándome la frente donde me había dado el golpe, fui a la antesala en busca de Soraya. En lugar de encontrarme con ella, me di con una clienta que salía corriendo.
—¡Está loca! —gritó la mujer al pasar—. Quiere darme caldo de serpiente. ¡Sálvese quien pueda!
No había otras personas en la sala de espera así que cerré la puerta de calle y volví mis pasos rumbo al cuartito de trabajo de mi madre. Encontré a Valeria y a Soraya en plena discusión.
—¡Se hace con piel de serpiente! —gritaba mi prima.
—¡Te digo que no, doña Marta lo hacía con miga de pan y un poco de canela!
—¡Tonterías!
—¡Ja! Y en cuanto a la forma de echar las cartas, jamás escuché la interpretación que estás dando… —Soraya había puesto los brazos en jarra y se balanceaba sobre sus pies en actitud amenazante.
—¿Y tú qué sabes? ¡Seguro que no leíste a Eliphas Levi, el mayor ocultista de todos los tiempos!
Soraya parpadeó y sus pies se quedaron anclados en el suelo mientras mi prima estallaba en una risa ácida.
—¿Puedes decir algo, lo que sea, sobre la relación entre tarot y cábala? —insistió Valeria con aire autosuficiente.
Vi que mi amiga retrocedía y sentí que mi corazón se llenaba de rabia.
—¿Entre los arquetipos de Jung y el tarot? —siguió presionando Valeria—. ¿Ves que no sabes nada?
—Yo sé algo de eso —la interrumpí.
Mi prima se dio vuelta y me miró con evidente sorpresa.
—Ah, ¿sí?
—Sí, hay un tratado de Doner Kebab sobre el arquetipo del sabelotodo —anuncié—. ¿No me digas que no lo leíste? ¿No eres psicóloga, acaso?
Valeria no respondió. Torció un poco la cabeza y parpadeó varias veces.
—El arquetipo del sabelotodo es como la carta del Loco en el Tarot —seguí diciendo mientras Soraya en el fondo del cuarto se agarraba el vientre con una risa silenciosa.
—¿El Loco? ¿No será el Sabio? —Valeria frunció el ceño.
—El Loco porque todo sabelotodo es ridículo, necio e inconsciente. Se obsesiona tanto que deja de reflexionar y cae en la estupidez.
Mi prima pareció meditar unos instantes y sus ojos pequeños se achicaron aún más.
—¿Me estás tomando el pelo?
En lugar de responder, me dirigí a Soraya.
—¿Queda lasaña? Tanto pensar en la comida árabe me dio hambre.
Nos comimos el resto de la lasaña a las siete de la tarde y cuando terminamos, me puse de pie.
—Me voy a casa —anuncié, desperezándome—. Tengo que traer algo de ropa, no vine preparada para quedarme varios días. De todos modos mañana voy a estar de vuelta antes de las nueve…
¡Bocazas! En cuanto lo dije me di cuenta de mi error, pero mi prima me miraba ya como si pudiera olfatear algo, incluso había arrugado la nariz. Es que Valeria es todo un mastín.
—¿A las nueve?
No respondí. Encogiéndome de hombros, me dirigí a la puerta, seguida por las dos mujeres.
—¿Para qué vas a estar aquí a las nueve? —insistió mi prima—. ¿No es un poco temp..? —La pregunta quedó trunca al llegar a la acera—. ¡Mi camioneta! —gritó—. ¡La dejé aquí, aquí! —señaló con ojos desorbitados—. Malala, ¿me has gastado una broma?
Negué con la cabeza. Valeria retrocedió hasta la casa y salió unos segundos después, marcando frenéticamente el nueve once en su móvil.
—Me pregunto cómo una adivina tan poderosa no lo vio venir —murmuró Soraya.
—¡Te oí! Y sabes que los poderes no sirven para ser usados en uno mismo —acusó mi prima con voz chillona.
Sacudí la cabeza, ya tenía el pelo en punta. Suspirando, me alejé calle abajo, rumbo a la parada de autobús. Cien metros más allá todavía podía oír las amenazas de Valeria mientras gritaba por teléfono.
Contenta, tarareé una canción que murió en mis labios al recordar a mi madre. Entonces ahogué un gemido de angustia. Los días iban pasando y no recibía petición de rescate, ni mensajes amenazantes, ni nada. Eso solo podía ser una pésima señal.
Ainss, con que intriga me he quedado, ¿A las nueve?, Irene me ha encantado, jolin tenia la sensación de estar allí. Quiero masssssss
ResponderEliminar¡Muchas gracias por comentar, Maribel! Me alegra saber que te va gustando :-)
EliminarMuy gracioso, me divertí tanto como con los anteriores.
ResponderEliminar¡Eso es fantástico, muchas gracias! :-)
EliminarLa cosa se pone más interesante cada capítulo y vamos conociendo nuevos personajes... Y la espera se hace muy larga esperando al siguiente viernes..
ResponderEliminarMe encanta!!!... Jejeje
¡A mí se me hace corto, apenas si tengo tiempo de escribir el siguiente! jajajajajajaja Gracias por tu apoyo :-)
EliminarMadremia que desespero hasta el proximo viernes!!!me esta gustando mucho la historia es divertida,intrigante y muy amena para leer.
ResponderEliminar¡Qué alegría saber que lo ves de ese modo! Te lo agradezco de todo corazón :-)
EliminarMe encanta mi poli creo q me va a gustar jijiji con ganas de más, porfi q sea más larguito q se lee muy rápido Karol
ResponderEliminarjajajajajajaja ¡eso es excelente! Ya verás cuando entre en acción la mafia muajajajaja
EliminarJajajaja nena, qué buena eres!!!! Si ya has demostrado tu arte con tus anteriores historias con ésta estás que te sales!!!!! Eres buenísima con tu lado cómico
ResponderEliminar¿De veras? ¡Le tengo tanto miedo a este cambio de estilo! Gracias por apoyarme, ¡me has hecho feliz! :-)
EliminarMe encanta como lo cuentas, el sentido del humor y como nos dejas con la intriga. Y ahora el beso con el poli para liarlo más, deseando saber como sigue!!
ResponderEliminar¡Esta semana saldrá en jueves, Fina, y entra en escena el mafioso! Gracias por comentar, un gran abrazo :-)
EliminarJajajajajajaja.. Me matas de la risa IRENE ...
ResponderEliminarLo de el cálculo trigonométrico Jajajaja que risa. Pero que intriga cada ves se pone más interesante. La propuesta sin escuchar de Conde, solo a Malala le pasan esas cosas.
Y el beso Jajajaja. Hay mi poli llego en su brillante armadura para rescatarla 😍😍😍
No está claro aún quién es el de la brillante armadura jajajajajaj ¡Gracias, Freyja, abrazote!
EliminarMe gusta pero me resulta muy estresante quedarme así sin poder seguir leyendo.No se si seguiré leyendo o esperare al final.Saludos
ResponderEliminarSí que lo entiendo, Carmen, pero espero que sigas animándote ;-) Esta semana saldrá en jueves. ¡Besos!
EliminarMe tienes en ascuas!!! Quiero masss!!!
ResponderEliminarjajajajaja, ¡esto es porque lo voy escribiendo a medida que pasan las semanas! jajajaja ¡Gracias, Ángela, por comentar!
EliminarMe gusto mucho Irene,tiene intriga humor y pasion ,pero vamos lo del poli no me lo esperaba besar a mala la con la boca cerrada jiijij y al conde ya le vale o se espabila o se la quitan ,y lo del mafioso jajajaja sacar la pistola y amenazarla pobre malala, y lo de la prima muy fuerte que mala a esa hay que bajarle los humos es mas mala que una víbora jajajaja ,ojuu lo peor de todo es tener que esperar hasta el viernes para leer el próximo capitulo!!
ResponderEliminar¡Esta vez sí publicó, Celia, muchas gracias! jajajajaja sí, me temo que Conde no va con buena estrella jajajajaja Ya verás, esta semana saldrá en jueves ;-)
Eliminarmenos mal que los mafiosos no se metieron en tu pagina jajajaj espero impaciente al jueves un saludo!!
Eliminar¡Gracias, Celia! El jueves viene bravo jajajajajaja
EliminarPor fin jajajaja lo malo de esto es que ya no tenemos que llamar al poli Irene jajajaja!!
ResponderEliminarEspérate que el jueves se mete la MAFIA jajajaja
EliminarIrene!!!! La verdad esta novela esta truculenta.. me tuvo con el gulp en la boca... y ese policía, me parecio ver una de esas escenas que tanto me gustan en las series de detectives... el infiltrado que se enamora de la hija del capo o de la mujer del capo, tension por todas partes... yo si hubiera estado en el puesto de ella ni le pego... de la impresión y de la quemada que me dejo en la boca con ese beso... ay Irene, espero el viernes con ansiedad...
ResponderEliminar¡Me encantó tu comentario, Alejandra! Ya verás cuando aparezca el «gran capo» jiji, ¡prepárate! Además, otro beso viene en camino y es de los buenos. ;-) ¡Gracias y un gran abrazo!
EliminarMe encanta esta novela. Las semanas parecen largas cuando espero impaciente el viernes. Si bien es distinta a las anteriores, es tan buena como las que ya he leido. Es admirable la pluma de Irene. Con quien se queda la protagonista? Conde... no! Montorvo me gusta más.
ResponderEliminar¡Gracias por postear un comentario! ¿Con quién se queda? ¡Ya lo veremos! Todavía falta que entre un candidato jajajaja.
EliminarFascinante !!!! El càlculo trigonomëtrico...ja ja...¡Primero lo primero,GRACIAS por actualizar,y mil.disculpas por tardar en comentar.
ResponderEliminar¡¡¡¡¿ Qué dijo el conde?!!!! *.*
¿ quién llegarà a las 9? El jôven q malala cuidaba mm...yo creo q él sabe q rollo con la mamá de Malala,pero...sigue ordenes.....en fin.. La sabelotodo de la prima,la total arrogancia andante.Pero que ¡¿sexy? Beso,o dirìa ¿seco? Mmm como sea,lo hizo solo para apaciguar las aguas,claro él como que no pero si queriendo.La historia se me hace interesante,y aùn me tienes imaginando, posibles respuestas sacando conclusiones jajaja XD no puedo dormir con éste suspenso: PARADERO DE LA MADRE DE MALALA,Y EL.ROMCANCE DE L TRIO.
Eres genial,aunque eso ya lo sabes querida,y debo señalar que,ésta nueva etapa de cambio de ideas,t està quedando rico,es un mundo nuevo,un terreno q vas conociendo y pisando con cautela pero yo se que serà un éxito tu historia,hasta ahorita me encanta tu escritura,es clara y entendible,fàcil de comprender sin necesidad de releer.
Besos, ( viendo mi calendario ) ansiosa de leerte,ya quiero q sea jueves( con las manos en las mejillas y ojosen blanco) para leerteee.....
Pd. Omite mi falta ortogràfica jajaja.
Anabel, ¡me encantó el comentario! Gracias por contarme qué vas viendo en la novela, qué es lo que te gusta, ¡me partí de risa con tu descripción de los personajes, excelente! jajajajaja ¡Ahora, el capítulo 4! Besos
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