Mal de Ojo - capítulo 2 - El sol
—Un poli viene en camino —dijo Conde tras guardar el móvil en un bolsillo de su pantalón. Me quedé mirando ese sitio sin darme cuenta. Hay mujeres que, al conocer un hombre, le miran los ojos. O las manos. O la espalda. Las hay que miran la billetera. En mi caso, le miro los pantalones. ¡No me refiero a eso! Aunque sí, eso miramos todas. Pero en realidad lo que quiero decir es que miro las arrugas que tiene marcadas en su pantalón. Conde jamás tiene ninguna. Siempre va bien planchado. Impecable.
Es la clase de hombre que al llevarte a la cama debe recoger primero las sábanas para que no se arruguen. Seguramente después dejará los zapatos en paralelo y colgará la ropa en el perchero. Imagino que se lavará los dientes dos veces: una, antes de hacerlo, y otra y con mayor razón, después.
Al terminar, debe ponerse el pijama azul con monograma para acostarse muy compuesto a tu lado mientras tú estás desnuda, despeinada y desarrapada. Aunque si terminas desarrapada y despeinada, habrá valido la pena.
Suspiré, Soraya carraspeó y me hizo regresar al presente.
—¡La poli! —exclamé para tapar mi turbación. O mejor dicho, la culpa.

—No «la poli», un poli. Es un viejo conocido. No sé qué piensas, pero si se trata de narcos, es asunto serio. No se juega con ellos.
—¡Narcos!
—¿Y qué otro andaría en una Hummer por este barrio? Son los únicos a los que nadie se atrevería a robar. De todos modos no lo sabemos con seguridad, nadie vio que tu madre fuera llevada a la fuerza.
—¡Vamos! Mamá no se iría así como así, sin decirnos nada. Es una mujer mayor, tiene setenta y cuatro años.
—¡Setenta y cuatro! Y tú tienes, ¿qué, treinta?
—¿Tengo cara de treinta? ¡Solo tengo veintiséis! —me enfurecí y es que no sé si Conde piensa que soy mayor que él o es que nunca se ha tomado la molestia de mirarme bien.
—Soraya —interrumpió el abogado—, ¿falta algo en la casa? ¿Prendas, maletas, dinero?
—Algo falta —asintió mi amiga.
—¿Qué? ¿Qué? —la apremiamos, desesperados por encontrar una clave en la misteriosa desaparición.
—Su mazo de tarot.
Rumiamos esa información por un rato, haciendo toda clase de elucubraciones, hasta que un coche se detuvo frente a la casa con un fuerte chirrido de neumáticos. Todos nos asomamos a mirar por la ventana.
—¿Quién se tomaría el trabajo de tunear un coche así? —pregunté con escepticismo.
El vehículo tenía el capó oxidado y las puertas hundidas. Se veía viejísimo pero contaba con alerones, luces dobles y ruedas enormes. También lucía algunas calcomanías de un personaje que bien podía ser Calavera, a quienes muchos conocen como Puro Huesos, o directamente San La Muerte. A esa distancia no era fácil dilucidarlo.
—Ese es mi contacto, el poli —anunció Conde y todos fuimos a esperarlo en la acera.
De inmediato noté que el recién llegado era alto, alrededor de un metro ochenta y cinco; su cuerpo era delgado sin ser flaco, más bien del tipo atlético y fibroso. Tenía el cabello de un castaño oscuro y ondulado, el mentón firme, la nariz recta. El ceño fruncido resultaba algo discordante entre tanto atractivo pero podía olvidarse el detalle si se miraban solo los ojos: eran realmente remarcables, de un celeste vívido y brillante en los que parecía brillar la astucia y la inteligencia. No llevaba uniforme. Estaba vestido con un jean de buen corte y una camisa suelta; las mangas dobladas hasta el codo dejaban ver dos brazos velludos y musculosos; por debajo, la piel dorada y pareja parecía obra de una cabina de bronceado o quizá un milagro de la naturaleza.
Antes de echar a andar, el poli lanzó miradas cuidadosas hacia ambos lados de la calle y luego se encaminó hacia nosotros con un paso que me trajo a la memoria el típico andar del cowboy que camina con las piernas un poco abiertas. O eso o se trataba más bien de un contoneo simplemente sensual, aventuré mientras mis ojos analizaban críticamente el ritmo de sus caderas.
Y no, no soy una mirona desvergonzada, pero a veces resulta imposible mantener las pupilas pegadas al cristalino. Salen proyectadas hacia afuera como botones sin que uno se dé cuenta.
La cosa es que el poli me repasó con la mirada de la cabeza a los pies, sonrió, se desarrugó su entrecejo y tuve que contener el aliento. Algunas sonrisas debieran estar prohibidas: pueden causar ataques cardíacos, como el exceso de sal.
—Comisario Francisco Montorvo —se presentó sin dejar de mirarme. Me tendió la mano y noté que su palma era grande, cálida y fuerte. Por poco no hizo desaparecer la mía.
Confundida porque el hombre no me soltaba, me volví hacia Conde. Era como pasar del bombón de chocolate a la fresa con nata y temí estar salivando un poco.
Montorvo frunció el ceño una vez más y retiró su mano de un golpe, con lo que mi brazo quedó colgando en el aire y cayó con fuerza. Sorprendida por ese gesto desconsiderado, clavé mis ojos en los suyos y descubrí que me miraba con un brillo malicioso.
—¿Tú eres la... —se volvió para leer el letrero en la pared— “Vidente, astróloga, numeróloga...”?
—¡No!
—¡Sí! —replicó Soraya, entusiasta, detrás de mí— Malala es muy talentosa.
La sonrisa del poli se hizo más amplia mientras sus ojos se achicaban hasta parecer un oriental.
—¿Sabes que deberían procesarte por estafa solo por tener un cartel así?
—Yo no…
—¿No estafas a la gente?
—¡No! —El poli me estaba poniendo nerviosa. Estaba claro que yo no estafaba a la gente, pero ¿y mi madre? Tenía serias dudas. ¿Y si la procesaban?—. Aquí no se comete ninguna estafa.
La sonrisa ladeada del poli me pareció más odiosa que antes y debí revisar a toda prisa la opinión que me había hecho de él al llegar. De pronto me caía decididamente mal, quizá tanto como yo a él.
—¿Entonces sabes leer el futuro? —insistió.
—¡No!
—¡Claro que sabe! —Volvió a entrometerse Soraya—. Tanto ella como yo fuimos aprendices de doña Marta.
—¿Por qué no entramos? —interrumpió la voz sensual y melodiosa de Conde a mi lado y fue mirarlo y desarrugar el ceño al asentir.
Todos giramos hacia la puerta y fuimos pasando de uno en uno: Soraya, yo, el poli, por ese orden. Mi jefe quedó para el último.
—Conde, espero que no me hayas hecho venir por algo que no vale la pena. —La voz insidiosa de Montorvo sonó en el breve silencio que sobrevino y aunque no podía mirarlo, sentí en la nuca la presión de su mirada, tan irritante como una mordedura de medusa.
—Mi madre ha desaparecido. Tal vez te parezca poco. Tal vez para ti «no vale la pena» —contesté sin volverme—. ¿Tienes madre? —De reojo, lo vi asentir—, tal vez ni siquiera te quiere. Humm... Probablemente.
Soraya me propinó un fuerte codazo en el estómago que me hizo doblarme.
—¡Ey! —grité y me detuve de golpe, tanto que Montorvo me llevó por delante y se encajó en mi trasero antes de hacerme dar un salto hacia el frente por simple impulso. Supe que iba a tener una de mis célebres caídas pero en el último segundo, los brazos del poli me atraparon y lograron estabilizarme. Claro que entonces me estremecí, tropecé con mi propio pie y el comisario tuvo que volver a sujetarme.
Por unos segundos eternos sentí sus manos, que abarcaban mi cintura y me presionaban contra su pecho y sus caderas. Vaya que tenía un cuerpo duro. De pronto, su dedo pulgar se deslizó hacia arriba sobre mi sudadera y llegó a tocarme la base de un seno. ¿Había sido sin querer? Contuve el aliento. No. No como en las novelas, contuve el aliento en serio, para meter barriga, que aunque el tipo me cayera mal, yo tengo mi autoestima.
—Mi madre te daría un buen azote —susurró en mi oído. Me sopló la oreja y me soltó, riendo—. Pequeña estafadora.
—¡Ey!
Pero Conde estaba ya junto a nosotros y apoyó una de sus hermosas y bien formadas manos en mi hombro.
—¿Estás bien? —quiso saber y sus ojos de chocolate caliente me miraron preocupados.
Asentí, bajando los párpados para que no notara que estaba a punto de estallar en una rabieta. Con cuidado, relajé mis puños, obligando a cada uno de mis dedos a abrazarse a mis antebrazos, y fui a sentarme en uno de los sillones como una señorita.
Entonces Soraya volvió a contar la historia de la desaparición de mi madre mientras el poli me estudiaba con los dedos unidos frente a su boca, la expresión inescrutable.
—¿Qué piensas? —inquirió Conde cuando mi amiga finalizó.
Montorvo se encogió de hombros.
—Puede ser cualquier cosa. Primero tendríamos que descartar que la señora no esté con amigos o parientes.
—Después de hablar con Malala esta mañana, llamé a todo el mundo pero nadie la vio ni tuvo contacto con ella, ni siquiera Hermilda — replicó Soraya.
—Hermilda es mi tía —le expliqué a Conde con dulzura—. Es hermana de mi madre, un pan de Dios, vende unos pasteles riquísimos. Si quiere, alguna vez se los doy a probar.

—No me trates de usted, nuestra relación ya ha pasado esa etapa —pidió él con esa voz profunda y acariciante que nunca ha dejado de afectarme.
En ese momento, bien afectada quedé, no me lo esperaba. Me quedé mirándolo, una pregunta muda en mis ojos. ¿Qué etapa habíamos superado? ¿La de jefe y empleada? ¿La de simples conocidos? ¡Por Dios!, ¿en qué etapa nos habíamos metido?
—La tía Hermilda no tiene idea —Soraya interrumpió mi diálogo interior—. Pero tengo que advertirte que Valeria se ofreció a ayudar.
Si algo podía sacarme del mar de tonterías era eso.
—¡No, no y no! ¡Ni se te ocurra! Es mi prima —dije, dirigiéndome hacia los dos hombres—, y es mejor tenerla lejos.
—¿Vas a poner la denuncia? —quiso saber Montorvo.
—¡Por supuesto! Y además voy a averiguar quién es ese hombre que mencionó Soraya. Ya saben, el del nombre… —manoteé en el aire— poco apetitoso.
Los dos hombres intercambiaron una mirada. Luego Conde se aclaró la garganta, mientras Montorvo sonreía.
—Chorizo Colorado es miembro de una banda que vende… Hum… éxtasis, cocaína y crack —explicó el poli con displicencia.
—¡Qué horror!
—Su verdadero nombre es Pedro Sánchez y no es buena idea que te cruces con él.
—No pienso hacerlo, ¡es un pez gordo!
—¿Pez gordo? —Montorvo arqueó una ceja—. ¡Bah, es un tío sin importancia!
—¿Sin importancia? ¡Seguramente les vende droga a los niños, o sea que es un asesino! ¡Un asesino en serie! Vi un programa sobre asesinos en serie… son todos lunáticos mal queridos por sus madres. O sea que también deberían ir presas las madres. Aunque en este caso el problema era con la esposa. Me pregunto qué tendría ella para decirnos.
De pronto, noté que todos me observaban boquiabiertos y me contuve.
—¿Qué vas a hacer ahora? —indagó Conde en el silencio que sobrevino—. ¿Regresas a la ciudad conmigo? Aunque quizá… —torció un poco la cara y noté que observaba con curiosidad la habitación de atrás. La puerta estaba abierta y podían verse la mesa con las velas, el tapete, las piedras energéticas y la fuente de aguas junto a las que trabajaba mamá—. Quizá podrías ayudar en la investigación si te quedas.
—¿Si me quedo?
—Si abres el local.
Fruncí el ceño mientras intentaba pensar. ¿Qué sentido tenía que abriera el local, si no había adivina que atendiera a los clientes? ¿Y qué podía sacar con eso?
—No entiendo —me quejé.
—Podrías averiguar qué clientes vinieron a buscar a tu madre. Quizá la pareja de Chorizo Colorado o el tipo de la Hummer se den una vuelta —razonó Conde.
—¡Pero yo no puedo atender… no tengo ningún talento para…!
—¡Claro que tienes talento! —interrumpió Soraya con su incansable fe.
—¡Sabes bien que mi único talento está en la cama! —le chillé. Luego me tapé la boca, consciente de lo que había dicho. Roja como un tomate, miré primero a Conde, que me miraba con incredulidad, luego a Montorvo, que se reía abiertamente—. Durmiendo —aclaré—. ¡Durmiendo! Que dormir es mi único y gran talento.
Se hizo un pequeño silencio mientras cada uno tomaba esa información de la forma en que le daba la gana.
—Esa falange no era de mamá —repuse, cambiando de tema—. Ella moriría antes de tener la uña negra y quebrada.
—Era de un hombre —coincidió el abogado—. Pero si realmente tienen a tu madre… no sé, no lo hagas si no quieres, pero en tu lugar, yo me quedaría a investigar.
Montorvo volvió a sonreír y me entretuve pensando que ese hombre no necesitaba armas: era una ametralladora mortal. Una odiosa ametralladora, por cierto.
—Supongo que no me llamaste solo para que me enterara de una desaparición —dijo, dirigiéndose a Conde.
—Pensé que podíamos usar tus contactos para ubicar a la señora —asintió el abogado.
La sonrisa del poli se hizo más pronunciada y se le marcaron hoyuelos en las mejillas. Se puso de pie, estirando sus largas piernas, y me miró desde arriba.
—Está bien. Averiguaré lo que pueda y te llamaré.
—No te molestes —interrumpí fastidiada, ¿qué se creía ese tipo, que era la última Coca-Cola del desierto?—. Voy a buscar ayuda en la comisaría.
Refunfuñando, me puse de pie para acompañarlo y habíamos dado dos pasos hacia la puerta de la calle cuando él se volvió de golpe.
—Échame las cartas —pidió.
—¿Disculpa? —No podía salir de mi asombro. ¿A qué venía eso ahora?
—Échame las cartas —volvió a pedir, o debería decir, a ordenar, porque su tono no admitía réplica—. Quiero ver cómo lo haces, si eres o no eres creíble.
—Pero, ¡hay que ver! —me enfurecí.
—¡En serio! Échame las cartas. Si vas a quedarte al frente de eso —hizo un gesto despectivo hacia el local—, quiero ver si al menos puedes disimular. En eso se especializan los estafadores. Pero eso ya lo sabes, ¿no es cierto?
—No creo que sea necesario —comentó atrás Conde mientras bostezaba. Mis ojos fueron del rostro aburrido del abogado al burlón del poli mientras Soraya se afanaba en el aparador de la sala. La tuve a mi lado en un segundo.
—Un nuevo mazo —murmuró, excitada, mientras abría el paquete—. ¡Vamos, demuéstrale!
Sin apartar los ojos de Montorvo, estiré la mano para recibir el mazo y me puse a barajar las cartas.
—¿Qué quieres saber? —pregunté con la voz cargada de rencor.
El poli se encogió de hombros.
—Cualquier cosa. ¿Dónde está tu madre? ¿Qué equipo ganará la copa de fútbol? ¿Y qué hay de las elecciones?
—Solo una pregunta y que sea corta —refunfuñé.
—A ver… —Se llevó una mano al mentón y noté en ese momento que era áspero, bien definido, perfecto. Un pequeño hoyuelo se había formado en su mejilla y sus ojos brillaban picarescos… Un momento, ¿se estaba burlando de mí? El poli dejó de cavilar en ese instante—. A ver, dime, ¿podré llevarme a la cama a la mujer que estoy deseando?
Fruncí los labios, molesta, y extraje una sola carta. La di vuelta.

—El sol invertido —anuncié con entusiasmo—. Vanidad, fanfarronería, apariencias injustificadas de grandeza. Para responder a tu pregunta, retrasos en situaciones que se dan por hechas. En tu lugar, no me sentiría tan seguro de esa conquista.
—Está invertido de tu lado pero no del mío —sonrió el poli.
—Es cierto —apuntó Soraya alegremente—. Significa éxito, felicidad, triunfo. Pierde cuidado, galán, la chica va a terminar en tu cama y no querrá salir de ella.
Mientras Montorvo reía a carcajadas, resoplé enfurecida pues lo último que había querido era darle una buena noticia.
—Eres buena —fue lo último que dijo antes de irse y dejarme con las manos en el jarrón que había pensado lanzarle.
* * * * *
—¡Joder! —exclamó el abogado cuando estuvimos los tres solos—. ¡Ese tipo sí que sabe ponerme el pelo de punta!
—¡Pero si tú lo llamaste! —protesté, aunque estaba de acuerdo con sus palabras. Montorvo me ponía los pelos de punta.
—¡Necesitamos su ayuda!
—En primer lugar, aquí no hay ningún «necesitamos» que te incluya. En segundo, no creo que la poli sepa dónde está mamá, francamente…
—Montorvo no es cualquier poli.
—Vas a decirme que pertenece a las fuerzas especiales.
—No.
—¿Interpol?
—No.
—Entonces, ¿qué tiene de maravilloso?
—Parece que está en la nómina de los Topos.
Mi mandíbula inferior quedó colgando.
—¡Los Topos!
—Sí, los Topos, una organización narco.
—Sé quiénes son los Topos, ¡tampoco soy tan bruta, leo los periódicos! —lo interrumpí—. El asunto es, ¿cómo puede ser que Montorvo esté en la nómina de los Topos?
Al instante me percaté de la estupidez de mi pregunta, todo el mundo sabe que los narcos compran a la gente, incluso a la más cara, o quizá comenzando por la más cara. ¡Y qué mala suerte la mía! Dos de los especímenes machos más espectaculares de la jungla y resulta que uno era antipático y corrupto y el otro… —eché una mirada al abogado, que se estaba acomodando los gemelos de la camisa—, el otro no dejaba de ser un estirado, para mi desgracia.
Sacudí la cabeza y supe que mi pelo ya estaba alborotado y en punta. Nada como mi pelo para reaccionar a las circunstancias.
—Bien, creo que voy a la comisaría a poner la denuncia —anuncié, poniéndome de pie.
El abogado se levantó también y metió sus manos en el bolsillo del pantalón para sacar las llaves del coche.
—¿Te molestaría que te dejara allí? Tengo cosas que hacer en el estudio.
—Al contrario, gracias —repuse, aliviada al saber que él se marchaba. Necesitaba pensar, asimilar lo que estaba pasando, todavía me parecía que era imposible que mi madre estuviera en poder de unos narcos, estaba casi segura de que la vieja abriría la puerta en cualquier momento y se sorprendería de verme allí.
Como si notara mi repentina debilidad, Soraya tomó los bolsos de ambas y se ubicó a mi lado.
—Te acompaño.
Subimos al coche y cuando llegamos a la comisaría, mi amiga descendió presurosa, dejándome por unos segundos sola con Conde. Bajé lentamente y antes de marcharme me asomé por su ventanilla abierta y lo miré a los ojos.
—No sé cuándo podré volver al estudio —dije—. Si necesitas contratar a otra persona, hazlo.
—Te esperaremos…
—No —suspiré—. Mira, estoy confundida y no quiero complicarte.
—Te llamaré.
—No es necesario.
Conde sonrió y el calor de sus ojos se extendió a sus labios.
—Pero quiero hacerlo. No preguntes por qué, no podría decírtelo.
No supe qué responder a eso y cerré la puerta con sumo cuidado: no era cuestión de arruinar el coche (que era precioso) ni de enojar a su dueño (que también lo era). Además, todo el mundo sabe que hay hombres que cuidan más a sus coches que a sus novias, pensé mientras lo veía irse.
Una hora después, en cuanto estuvo completado el trámite de la denuncia, que un poli tomó sin dejar de rascarse la barbilla, Soraya y yo regresamos a pie hasta la casa.
Estábamos caminando por una calle cualquiera y haciendo especulaciones sobre mamá, cuando de pronto mi amiga me tomó del brazo y me detuvo.
—No deberíamos caminar por esta zona —señaló con el mentón a un grupo de jóvenes que venían en sentido contrario.
—¿Por qué? ¡Estamos en el centro del barrio!
No pudimos seguir hablando. En ese momento los muchachos llegaron hasta nosotras. Por un segundo pareció que pasarían de largo pero de pronto uno se volvió y apoyó el dedo índice en la frente de Soraya.
—¡Bang! —dijo, haciendo el movimiento de disparo.
De pronto todos nos rodearon y noté que eran poco más que adolescentes. Un par tenían las caras abotagadas, los ojos enrojecidos y un poco desquiciados. Uno tironeó el bolso de Soraya y tras un breve forcejeo, se quedó con él mientras otro sacaba un cuchillo y lo apoyaba en su garganta.
—¡Ey! —grité—. ¡Déjala!
Dos puñales surgieron de la nada y me hincaron en la espalda.
—¿Qué tal si vamos a tu casa? Debes tener cosas bonitas allí —dijo uno de los chicos, con la cara tan cerca de la mía que me bañó en saliva puesto que le faltaba un incisivo.
En ese momento deseé acordarme de alguna oración, el padrenuestro, por ejemplo. La frase «danos el pan de cada día» saltó a mi memoria desde alguna parte y mi estómago gruñó en respuesta, recordándome que no había comido. Pero eso es todo lo que vino a mi cabeza y no me pareció suficiente para agenciarme una vida mejor.
Ojalá pasara un coche policial, me dije desesperada, ¿dónde estaban esos tipos cuando uno los necesitaba? Como por arte de magia, vi que el coche que estaba buscando estaba parado justo en la esquina. Dos polis bajaron, llegaron hasta un almacén, compraron un refresco y siguieron su ruta sin siquiera mirarnos.
—¡Joder! —grité llena de rabia.
—Vamos, ¿acaso no te enseñaron que es mejor no resistirse? —increpó el sujeto que salivaba demasiado—. Está en todos los libros, ahora incluso lo enseñan en la escuela.
—No era buena en la escuela.
—¡Eso lo explica! Da igual. Vamos a tu coche y de allí a tu casa o rajamos a esta vieja.
—¡Vieja, tu madre! —protestó Soraya y puso los brazos en jarras—. No me hagas enojar, mocoso, que voy a hacer que te salgan pelos en la punta de la verga.
—Yo te conozco —dijo de pronto uno de los muchachos, acercándose a ella—. Tú eres la ayudante de la bruja.
—¡Mi madre no es ninguna bruja! —interrumpí, pataleando. ¿Es que a todo el mundo le iba a dar por insultarla?—. Es vidente, astróloga, numeróloga…
—La bruja se ha tomado vacaciones y ella está a cargo —intervino Soraya, señalándome con el dedo—. Tiene muchos poderes. No querrás que te haga nada, ¿no, Lucas? —preguntó, dirigiéndose hacia el que la había reconocido y que tenía la nariz rebanada como si le hubieran quitado un trozo de un mordisco—. ¡Y no querrás que tu madre se entere de lo que estás haciendo! Si no me equivoco, va a vernos esta tarde, ¡y yo raramente me equivoco!
Los muchachos parecieron dudar por un momento.
—Y no tenemos coche ni dinero en casa —acoté.
—Pero podemos curar ese grano que tienes en la cara —dijo Soraya, dirigiéndose al Desdentado—. Y podemos preparar un filtro de amor para vuestras novias.
—¿Qué hace ese filtro? —quiso saber Lucas con aire de duda.
—Las vuelve locas de deseo. Las pone calientes.
Abrí la boca tan grande que podría haberme tragado un enjambre de moscas, excepto que no había moscas en esa calle: todas habían ido a la escuela y habían captado el mensaje.
—Está bien —claudicó el Desdentado—. Iremos esta noche a buscar esos filtros.
Suspiré aliviada pero Soraya frunció el ceño y estiró el brazo en dirección al muchacho que aún tenía su bolso en la mano. Compungido, él se lo devolvió y luego se hizo a un lado para que pudiéramos seguir caminando.
Media manzana más allá, me di vuelta para observar al grupo: estaban acosando a un pobre diablo.
—No mires, que ni tus poderes pueden salvar al mundo, no eres Superman —me amonestó Soraya.
—No tengo poderes —repliqué con amargura—. Todo lo que tengo son dos años de Psicología, medio de Abogacía, tres meses de Periodismo, una semana de Medicina y dos clases de Ingeniería. Sin contar claro, con los años que llevo estudiando para contable.
—Todavía no entiendo por qué sigues en esa carrera. ¿Acaso estás avanzando?
Se me escapó un suspiro. Tampoco yo lo entendía, era la más odiosa de las carreras que había intentado pero estaba harta de ser un fracaso. Tal vez por eso seguía adelante.
—Volviendo al tema de los poderes… ¿qué vamos a hacer cuando vengan esta noche?
Soraya me miró como si yo fuera un contorsionista de circo.
—¡Vamos a darles el filtro, por supuesto!
Supuse que mi amiga sabría cómo prepararlo pero aun así incliné la cabeza, dudando de la efectividad de la estratagema. ¿Qué pasaría cuando los filtros no dieran resultado? Además no quería asumir el rol de mi madre, ¡me había ido del barrio ocho años antes justamente por eso!
—Deja de darle vueltas —Soraya interrumpió mis pensamientos—. ¿Ayudaría o no ayudaría a tu madre que abrieras el negocio? ¿Podrías ponerte en contacto con la mafia si te quedaras aquí?
Tuve que apretar los labios y asentir.
—No es la mafia, en todo caso serían narcos, según Conde.
—¡Bah, es lo mismo!
—De todos modos no creo que la mafia o los narcos o como los llames tengan a mamá —dije con un resoplido—. No sé por qué, pero me cuesta creerlo. ¿Qué tal si se fue de viaje? ¡Sabes lo que le gusta viajar! Aunque nunca antes se había ido de este modo… ¿y si le agarró Alzheimer? ¿O tuvo un accidente? ¡Tenemos que llamar a los hospitales!
—Tu tía ya lo hizo esta mañana, sin resultado —repuso la ayudante—. Tu prima Valeria tuvo una visión, dice que tu madre está entre palmeras en el Caribe.
Bufé por una cuestión de principios: Valeria está más loca que la proverbial cabra.
—Se ofreció a abrir el local —continuó Soraya—. Valeria, quiero decir.
—Ella habría sido la hija perfecta de mi madre, pero el destino tuvo que cambiarnos. Le dio una hija loca a una persona dulce, relativamente joven y absolutamente cuerda como la tía Hermilda y me puso a mí en casa de mamá.
Soraya me dio un coscorrón en la cabeza y una nalgada con el bolso.
—¡Eh! —protesté—. ¡Si digo la verdad! Yo debería estar haciendo pasteles y tartas con la tía. ¡Me comería unas cuantas! Además, la llaman de todos lados para encargarle bocaditos de copetín. ¡Mira cómo progresan!
La ayudante me dio otra nalgada.
—Tu madre será veinte años mayor que tu tía pero no se le nota y no le va nada mal, todo el mundo la respeta.
Gruñí, no del todo convencida. ¿Acaso yo era la única fracasada en la familia? ¡Solo me faltaba escuchar que Valeria era candidata al Nobel de la Paz!
En eso miré en derredor. La gente con la que nos cruzábamos nos miraba de reojo y apretaban el paso al andar. Los negocios trabajaban tras las rejas. Las casas tenían las puertas y ventanas cerradas. No, no era la única a la que le iba mal.
* * * * *
Eran cerca de las dos de la tarde cuando entramos en la casa. Nos preparamos unas bocatas con dos tiras de pan, tomate y queso, y compensamos las calorías con refresco light. Después me repantigué en el sillón de la sala, me desprendí el botón superior de los pantalones y crucé las manos encima.
—¿Crees que vendrán? —pregunté mientras reacomodaba el almohadón tras la nuca.
—¿La mafia?
—¡No! —Quería pensar que mi madre estaba en el Caribe, como había dicho Valeria—. Me refiero a esos adolescentes. ¡No sabía que la gente de la villa se había vuelto tan despiadada! ¡Qué resentimiento tienen… y nada de códigos! Creí que iban a matarnos…
—Esa no es gente de la villa, son solo los del barrio. Chicos buenos.
—¡Chicos buenos!
—Estaban colocados. Tú jugabas con algunos de ellos cuando vivías aquí.
—Estás mintiendo.
—¡Qué va! ¿No te acuerdas de Lucas? Ahora lo llaman Media Nariz porque se la rebanaron, es el que puso el cuchillo en tu espalda.
—¿¡Lucas!? ¿No querrás decir el mismo Lucas López que yo cuidaba hace diez años?
—¿Ves?
—¡No jugaba con él! Era un trabajo y me pagaban.
Soraya gruñó.
—¡Y no son chicos buenos! —rematé.
—¡Bah!
—Son malos. «Buenos chicos» malos —insistí.
—Buenos chicos malos, ahí tienes.
Eso pareció acabar la discusión. Soraya me dejó sola un rato y cuando regresó, me encontró durmiendo.
—¡Despiértate, eh! Es hora de abrir el local.
La ayudante tiró sobre mi pecho un par de prendas y abrí un ojo para mirarlas. Me senté de golpe.
—¿¡Qué es esto!?
—No pensarás que puedes ocupar el lugar de tu madre con jean y sudadera —enfatizó Soraya. Con una mueca desconsolada, me quedé mirando la blusa lila estilo hindú y la falda larga y llena de estrellitas.
—¡Ni loca!
—¡Bah! Te vi peor vestida un montón de veces, ahora quieres hacerte la coqueta.
—¡No es eso! Pero es que esto es… esto es… —Alcé la vista y en ese momento vi que Soraya lucía un atuendo parecido pero en naranja. Me puse roja de la vergüenza: había estado a punto de ofender a mi amiga—. No estoy segura de que sea necesario hacer el trabajo de mamá para averiguar algo —finalicé con voz apagada.
Soraya había llegado a casa cuando yo era una niña y dieciséis años después seguía allí, con intermitencias que la llevaban de vacaciones a su pueblo natal. Para mí era una hermana, una tía, casi una madre en muchas cosas, puesto que mamá tenía edad para ser mi abuela.
—¡Vamos, nena! —La ayudante sonrió—. Estás en condiciones de hacerlo. Conoces las cartas, sabes qué decir, te pasaste un millón de horas escuchando en silencio a tu madre.
Y odiando cada minuto, pensé, pero en lugar de decirlo, me limité a suspirar.
—¿Por qué no puedes atender tú? ¡Siempre quisiste hacerlo!
—La mafia te espera a ti.
—¡Ey! ¿De dónde sacaste esa idea? —pregunté extrañada y en el acto noté que Soraya se miraba los pies—. ¿Hay algo que no me hayas dicho?
—Eh… bueno… puede que yo le haya mencionado al tipo de la Hummer que tenías el poder. Fue mientras miraba la foto de la sala, se me ocurrió que él podía contratarte.
—¡Te mato! —Estaba rabiando pero aun así tomé la ropa y empecé a vestirme.
Me evalué al terminar: la blusa era tamaño extra gigante y la falda se veía como una carpa. Parecía un triángulo, incluso me pareció que el cuadrado de mi hipotenusa era igual a la suma de los cuadrados de mis catetos. Maldije por lo bajo.
—Sabes que estamos luchando por una causa perdida, ¿no? Es imposible que salga bien, mamá se espantaría si supiera que estoy a punto de ocupar su lugar —rumié.
—No, tu madre estaría encantada.
—¡Sí, claro! —Bufé, sabiendo que sería todo lo contrario.
—Las cartas dicen que tendrás éxito —insistió Soraya, apoyando su mano sobre mi antebrazo.
—Esto va a traerme sufrimiento, creo que voy a pagar el pato.
—Acabas de recitar una carta, es… —Soraya sonrió.
—El colgado invertido —respondí, suspirando.
—Pero la tuya es el Sol. Belleza. Altura de miras. Inteligencia positiva.
Volví a suspirar mientras pensaba en Montorvo, también a él le había tocado el sol. Pero mi sol era Conde y me pregunté si alguna vez me tocaría. En el sentido bíblico, que la carta me importaba un pepino.
—Vamos a trabajar —propuse resignada.
Esto se va poniendo mas interesante, Creo que el abogado siente algo por Malala, sin embargo el poli, ufff, ¡¡que bueno esta!!, tiene algo misterioso, no se, hay algo en él que me tiene impaciente por saber. Ya estoy deseando que llegue el próximo viernes, para continuar con la historia. Enhorabuena Irene, me encanta sigue así. Un beso
ResponderEliminar¡Gracias, Maribel! Al abogado hay que darle un par de cachetazos jajajajaja
EliminarEnganchadisima a la historia. Ufff el poli.....
ResponderEliminar¡Gracias! El poli se las trae, ¿no? jeje ;-)
EliminarQué intriga y que espera más larga hasta el siguiente capítulo... Me encanta!!!
ResponderEliminar¡Gracias, Pili! Ya está madurando el capítulo 3 ;-)
EliminarQuiero más! Es fascinante lo bien que escribes!
ResponderEliminar¡Gracias por el precioso comentario, Ángela! Un abrazo :-)
EliminarMe encanta, el poli tambien promete!!
ResponderEliminar¿Y ahora? ¡Decisiones, decisiones! jajajaja Gracias, Fina :-)
EliminarOle ole ya llego el poli me esta gustando mucho,pero asi me sabe a poco estoy deseando próximo viernes
ResponderEliminarBesooos
¡Ainsss, Carmen, lamento hacerte esperar una semana! Pero ya se pasa, ya se pasa ;-)
EliminarEsta mujer me mata! Intriga es poco lo que siento! Ese Conde bien misterioso y el Poli woao! Ya quiero otro capitulo!
ResponderEliminar¿Poli o abogado, Noeelia? jajajajaja
EliminarMe gusta esa aparición del poli , un poquito chulo pero lo justo para levantar un mmmm a las chicas , y por cierto intrigante la desaparición de la echadora de cartas ¿ donde estará? nos tienes en ascuas ,,,
ResponderEliminar¡Gracias, Carmpirela! Habrá que meterse en medio de la mafia para averiguarlo jajajaja
Eliminarsigue prometiendo.
ResponderEliminarmalala tú madre tiene razón con tus.chicos. poli. y conde wao. lindos.
esperando la próxima entrega.
¡Gracias por el comentario! Sí, creo que la madre tiene toda la razón jajajaja
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUufff !!!! Dos hombres guapos con personalidades diferentes,pero tan sexy ahhhh > XD me imaginé a malala,la hipotenusa los catetos,jaja me acordé de mi clase de geometrìa y arìitmética [ q porcierto jamàs me aprendì las fôrmulas y eso q son tres] . Ésta parte me.diô risita: palma era grande, cálida y fuerte. Por poco no hizo desaparecer la mía.
EliminarConfundida porque el hombre no me soltaba, me volví hacia Conde. Era como pasar de la fresa con nata al bombón de chocolate y temí estar salivando un poco.. Jajajajajajajajajajaja ¿ a quién no le ha pasado,..?embobadas y salivando .. Irene me gusta tu escritura,tan descriptiva y humorìstica en las expresiones de la pobre malala,pese a la circustancia tràgica de la madre Vaya q es un.giro inesperado en cuanto a l cambio de historia al q as escrito anteriormente,pero tienes el.don,y por eso haces y escirbes cosas buenas,,me.encanta las expresiones y las ocurrencias.... Señalo, q la escritura es magistral,y eso q apenas comiemzas con la historia,.Felici
¡Gracias por darme este aliento! Cambiar de forma tan abrupta es todo un desafío (al que le tengo bastante miedo por cierto). Por eso, ahora más que nunca ¡gracias, Anabel! :-)
EliminarRayos !!!
ResponderEliminar*.* !!
Aclaro q escribo desde mi cel,y no me sale muy bien q digamos,asi q mil disculpas por la ortagrafìa ,y faltas de palabras,ni idea del porq salen incompletas.Bueno,aclarado ésto uff ya puedo dormir,soy de México,del estado de Quintana Roo ( mar caribe) y ya son las 10:00 pm...lo se lo se,soy una gallinita por dormir temprano,pero amo dormir,y como dice la sabia Malala,eso se me da bien.
jajajajaja, ¡me partí con tus comentarios! No hay mejor cosa que soñar, aunque sea durmiendo jajajajaja. ¡Un gran abrazo, Anabel! :-)
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